Por MIGUEL ÁNGEL CRIADO
En Las uvas de la ira, John Steinbeck cuenta la dramática historia de una familia de agricultores de Oklahoma que abandona sus tierras castigadas por la sequía. El relato, llevado al cine por John Ford y protagonizado por Henry Fonda, está basado en hechos reales: a mediados de la década de 1930, las grandes llanuras de Estados Unidos, uno de los grandes graneros del planeta, sufrieron varios años de falta de lluvias resecando tanto el suelo que se desataban enormes tormentas de polvo. En el verano de 2012, en la misma región donde se desarrollan el libro y la película, los agricultores esperaban una gran cosecha. Pero días después de la siembra del maíz de mayo, emergió una sequía repentina que en unas semanas se llevó por delante sus cosechas. En menos de dos meses, el 76% de los cultivos se vieron afectados y las pérdidas superaron, según fuentes oficiales, los 30.000 millones de dólares. En términos de déficit hídrico, el evento superó al novelado por Steinbeck. Un estudio muestra ahora que estas sequías repentinas se están generalizando en casi todo el planeta espoleadas por el cambio climático.
El evento de 2012 en Estados Unidos puso el foco en las sequías repentinas. El concepto original, sequías flash, fue planteado por primera vez 10 años antes. Pero siempre han estado ahí. Lo que diferencia a estos fenómenos de las sequías hidrológicas es la velocidad y la intensidad. Una sequía lenta, convencional, se produce tras meses o años de precipitaciones por debajo de la media. Las repentinas surgen y llegan a su máximo en semanas, a veces días. Otro de sus elementos distintivos es que son consecuencia de un complejo proceso que no se queda en la escasez de lluvias. Entre el suelo (y la vegetación) y la atmósfera hay un equilibrio inestable de intercambio de humedad. En condiciones normales, la lluvia riega suelos y plantas que aportan hidratación al aire mediante la evaporación del suelo y transpiración de las hojas (evapotranspiración). Pero si no llueve, la atmósfera sigue requiriendo una aportación hídrica que le roba a la superficie y la vegetación. Si se produce una ola de calor o vientos secos en un lugar donde no ha llovido en tiempo, se desata entonces una sequía.
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Ahora, un grupo de investigadores chinos y estadounidenses ha analizado los datos disponibles desde 1951 para detectar la evolución y distribución de las sequías repentinas. El trabajo, publicado en la revista científica Science, muestra una tendencia al alza de estos eventos tanto en el territorio como en el tiempo. Geográficamente, estas sequías se están produciendo más en las regiones húmedas del planeta, desde Canadá hasta Siberia, pasando por el golfo de Guinea, selva amazónica o las junglas del sudeste asiático y las grandes islas de Indonesia y Papúa Nueva Guinea. En estas partes del mundo, la frecuencia de las sequías repentinas es hasta tres veces mayor que en el resto del planeta.
Pero el problema es global y va a peor. La frecuencia de sequías repentinas ha aumentado en el 74% de la superficie del planeta, dejando fuera los polos. Los motivos son varios, descenso de las precipitaciones, subida global de la temperatura, aumento de la frecuencia, intensidad y duración de las olas de calor… Tras estas regiones más afectadas, aparecen en la lista otras más acostumbradas a las sequías, sean hidrológicas o repentinas: Sahel y Magreb en África, norte de Australia, este y centro de México, este de Asia, etcétera.
“La velocidad de inicio ha aumentado debido al cambio climático, lo que da como resultado una transición a sequías repentinas”
Xing Yuan, investigador de la Escuela de Hidrología de la Universidad de Nankín (China)
El decano de la Escuela de Hidrología de la Universidad de Nankín (China) y principal autor de esta investigación, Xing Yuan, explica en un correo que “la sequía era un fenómeno de evolución lenta; sin embargo, la velocidad de inicio ha aumentado significativamente debido al cambio climático, lo que da como resultado una transición a sequías repentinas”. Esta mayor intensidad y velocidad estaría generando nuevos impactos. “La vegetación puede tener menos tiempo para adaptarse a estas sequías de inicio rápido y plantean un gran desafío para los sistemas de alerta temprana. No tenemos tiempo suficiente para prepararnos para una sequía repentina”, añade Yuan.
Para David Walker, investigador experto en sequías de la Universidad de Wageningen (Países Bajos), “tiene lógica que, con unas temperaturas más cálidas provocadas por el cambio climático, tengamos una mayor evapotranspiración, por lo que podemos esperar más sequías”. Pero, añade Walker, “el trabajo de Yuan nos muestra que, además de tener más sequías, surgirán más rápido, y esa transición ya está ocurriendo”.
Sobre la distribución espacial, Walker recuerda que una sequía “solo importa cuando afecta a la sociedad, la economía y/o al medio ambiente”. Así que aunque la mayor frecuencia de estos eventos se dé en las regiones húmedas, generalmente están en mejores condiciones para enfrentarlos. “La amenaza, o el riesgo, es probablemente mayor en las regiones áridas y semiáridas, que tienen menos recursos hídricos disponibles para el riego complementario y sufren más la degradación de la tierra. Además, muchas de ellas son generalmente más pobres, con factores extra como la inestabilidad política y los conflictos”, concluye.
“El riesgo es mayor en las regiones áridas y semiáridas, que tienen menos recursos hídricos disponibles”
David Walker, investigador experto en sequías de la Universidad de Wageningen (Países Bajos)
En 2021, un trabajo similar al de Yuan llegó también a conclusiones parecidas. Su análisis, que partía de fechas más recientes (1980), aportaba un extra: relacionaba la distribución de las sequías repentinas con las grandes zonas agrarias. Aquel trabajo encontró que el impacto estaba siendo global: el cinturón del maíz de las grandes llanuras de Estados Unidos, como sucedió en 2012; las enormes tierras de cultivo de trigo del suroeste de Rusia y Ucrania; las regiones arroceras de India y la península indochina; amplias zonas del Sahel donde se cultiva mijo y sorgo; y las tierras de la cebada de España, tercer productor mundial de este cereal.
El meteorólogo de la Universidad de Oklahoma, Jordan Christian, coautor de este otro trabajo, destaca en un correo que los mayores desafíos que plantean las sequías repentinas respecto a la sequía convencional están relacionados con el momento: “La sequía repentina provoca los mismos impactos que una sequía de desarrollo más lento (descenso del rendimiento agrícola, impactos en el ganado, estrés en los ecosistemas…), pero a un ritmo mucho más rápido. Este impacto en el tiempo crea desafíos en los sistemas de alerta temprana y reduce los tiempos de respuesta de las estrategias de mitigación”. Como demostró el evento de 2012 en Estados Unidos, un mes de sequía repentina en mayo no tiene el mismo impacto si sucede en octubre.
“Lo que estamos viviendo ahora en España no es una sequía repentina, es hidrológica, provocada por un déficit prolongado de precipitaciones”
Sergio Vicente Serrano, científico del Instituto Pirenaico de Ecología (IPE–CSIC)
“Lo que estamos viviendo ahora en España no es una sequía repentina, es hidrológica, provocada por un déficit prolongado de precipitaciones”, destaca Sergio Vicente Serrano, del Instituto Pirenaico de Ecología (IPE–CSIC). “Pero en mayo del año pasado tuvimos una ola de calor y se estima que la cosecha de cereal se redujo en un 25%”. Vicente Serrano es uno de los creadores del Monitor de Sequías Repentinas y que en 2020 publicó junto a colegas del IPE y la Universidad de Zaragoza un trabajo similar al de Yuan y al de Christian con datos desde 1961, pero centrado en la península ibérica y Baleares. Sus resultados son, en cierta medida, los mismos pero a escala más reducida. Así, la frecuencia de sequías repentinas es mayor en el norte y noroeste, es decir, en la España húmeda. Lo que no encontraron es una tendencia clara al alza en la frecuencia, “salvo en el centro y el sur, particularmente en verano”.
La causa del aumento de las sequías repentinas, para el científico español, también está en el calentamiento global. Y da un dato: “En estos 60 años, la demanda atmosférica [de humedad] media anual por metro cuadrado ha subido en 125 litros, pasando de 1.100 litros en 1961 a 1.200 litros ahora. Si no tenemos esos 1.200 litros, se produce estrés en las plantas, los cultivos, el suelo”.
Fuente: El país
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